Pienso que no muy a menudo, expresamos lo que sentimos y en concreto, muy dificilmente a las personas que tenemos cerca, como por ejemplo a amigos, pareja o familiares. Esto nos lleva a que perdemos la oportunidad de decirle a los otros todo lo que nos gusta de ellos, lo bien que nos lo pasamos a su lado o sin ir más lejos, lo que sentimos que le debemos. Bien pues hoy, que es el “día de las madres”, voy a intentar contarte algunas de las cosas que pienso y siento, a ti que eres mi madre, a ti que siempre nos pusiste a toda tu familia en primer lugar.
Voy a empezar por recordar algunos de los intentos por mi parte de felicitarte en tus cumpleaños, onomásticas, aniversarios... etc.
El primero que recuerdo nos traslada a una mañana de Julio del año 1966, si no me falla la memoria. Estábamos en Chipiona, aquel verano que por prescripción médica, yo debía de pasarlo en la sierra o en la playa... a ti no te importó trabajar en la cocina de “Villa Ballena” por dos meses y medio, para que yo estuviese en la playa. Pero volvamos a esa mañana, estaba nublado y como no hacía buen tiempo para bajar a la playa, a algunos de los padres de los niños que estábamos allí, se les ocurrió proponernos algunos juegos de mesa. Paralelamente, por aquellos días a mi me preocupaba el hecho de que se acercaba el día de tu santo y no sabía que te iba a regalar, claro yo tenía apenas seis años y aquellos no eran tiempos de bonanza económica. Pues precisamente en los juegos de mesa de esa nublada mañana, fue donde encontre la solución. A mi nunca me había gustado jugar a las cartas, dominó o otros juegos similares, pero habían propuesto una competición y ahí estaba la solución de mi problema, ya que si ganaba tendría dinero para comprarte un regalo. Contar ahora como se desarrollo la competición sería largo e innecesario, pero resaltar que al final, mi pareja de juego y yo ganamos uno de los premios. No recuerdo muy bien lo que, economicamente hablando, representó el premio, pero si no recuerdo mal serían unas dos pesetas o así. Automaticamente, me dirigí al “Santuario de Regla” y te compre una medallita y una postal de la Virgen, en la postal te escribí así:
Entrando por los jardines,
saliendo por los rosales,
oigo una voz que dice..
¡mama felicidades!.
Pocos años después, posiblemente era Abril de 1969 , en el colegio nos dieron una hucha a cada niño, para que ahorrásemos algún dinero para que el “día de las madres”, os comprásemos algún regalo. Esto era una idea que tuvo la, ya desaprecida firma comercial “Galerias Preciados”, de manera que dicha firma repartió las mencionadas huchas por los colegios, con la idea de que llegado el mes de Mayo, llevarnos al centro comercial y tras abrinos allí las huchas, realizar las compras para nuestras madres. ¿Que cantidad podría reunir un niño de nueve años, en los años sesenta y de nuestra posición social?. La verdad es, que después de mucho intentarlo, con la afortunada ayuda de mis hermanos, y darle mucho la lata a papá, conseguí cinco duros. ¡Que capitalazo!, iba a poder comprarte un regalo fabuloso, que contento estaba. Cuando llegamos al centro comercial... Que desilusión, que poco conocimiento sobre los precios tenía, ¡que caro estaba todo!, para mi, veinticinco pesetas era una fortuna. En fin al final te compré un pañuelo de seda para el cuello. ¡Que guapa estabas cuando te lo ponías!, puedo recordar hasta el color y el tacto.
Tras esta necesidad económica, que me había provocado la idea comercial de los citados grandes almacenes , nació una vocación empresarial, que compartida con mis hermanos mayores Antonio y Joaquín y algunos amigos de la calle José Gestoso, nos llevó a ser jóvenes emprendedores y dedicarnos a la recogida “selecta” de cartón, papel, periódicos viejos... todo lo que pudiésemos vender en los muchos traperos que entonces proliferaban a docenas por el centro de Sevilla. Al final de una dura jornada de recogida por domicilios, tiendas... etc, nos reportaba quizás dos o tres pesetas. Esto me llevó a poder satisfacer algunas necesidades propias de la edad como las chucherias y demás.
Algunos años después, Mayo de 1972, habíamos organizado una salida procesional de “Cruz de Mayo”. El padre de mi amigo Quico Badía, había diseñado y fabricado todas las insignias y el paso, estaban realmente bien hechos y no le faltaba detalles, no en vano, su padre trabajaba como diseñador y decorador, una profesión no muy común en aquellos tiempos, pero la verdad es que era un artista. Ya sabes, que la costumbre de estas típicas procesiones era llevar a niñas vestidas de “flamenca”, para pedir algún dinerillo a los transeúntes que se paraban a mirar, diciéndole con salero heredado : “Por favor “mi arma” ¿me dá usted una limosnita para la cruz de mayo?”, ya sabes que el andaluz siempre ha sido generoso y sobre todo, muy fiel a sus tradiciones, por lo cual, después de algunas horas dando vueltas por el centro, esto reportaba un dinerito que, claro está, nos repartíamos en partes iguales entre todos los participantes. En esta ocasión y estando cerca el día de las madres, me dirigí a una tienda de libros, que habían montado recientemente, en el primer tramo de la calle Sol, a donde ya le había echado el ojo a un libro que creía te iba a gustar: La vida de San Antonio del desierto. Como reiais mi padre y tú cuando te di el libro, en vuestras sonrisa se mezclaban los sentimientos de ¡ay mi hijo, que detalle! Y la pregunta ¿quien es este San Antonio del desierto?. Han pasado muchos años y hoy día me pregunto a mí mismo ¿quien sería ese San Antonio del desierto?.
No me gustaría seguir sin consignar, que toda este comportamiento y la vocación de felicitar y regalar, así como otras costumbres, las aprendí y heredé de mis hermanos y de vosotros mismos, mi padre y tú.
Los años fueron pasando y las diferentes fiestas, nos brindaron la oportunidad de seguir con este afectuoso intercambio de felicitaciones y regalos, siendo siempre consciente de que “el regalo”, debía de tener un valor afectuoso por encima del valor material.
Siendo diciembre del año 1979 y tras cobrar mi primera paga extra de navidad, me dirigí a una tienda en la calle Orfila, donde vendían menajes del hogar, electrodomésticos etc, para comprarte una cubertería que estuviera a tu altura y a la de la familia. Vaya cara que pusisteis de sorpresa papá y tú. ¡Que bonita!, ¿para qué te has metido en esto chiquillo?, ¡que de piezas tiene!, ¿para qué serán estos cuchillos tan raros?, parecen palas. Gracias hijo, me dijiste, gracias me repetiste. Cada vez que había una comida o cena, cuando nos reuníamos en navidades, cumpleaños, aniversarios... etc, papá solía contar que esa cubertería había sido un regalo de “su chico”. Yo trataba de desviar la conversación, ya que tu casa está llena de detalles y regalos de todos los componentes de la familia y necesitaríamos mucho tiempo, para relacionarlos todos y darle su merecido nombramiento. Hoy día cada vez que la usamos, me trae los recuerdos de todas esas comidas y cenas, con sus sobremesas, en la que tan buenos ratos echábamos y en las que sentimientos tan bonitos afloraron .
Me gustaría seguir, ahora que he empezado, a contarte las muchas cosas bonitas y maravillosas, que desde que tengo uso de razón he vivido, gracias al haber nacido en el seno de esta familia, pero quiero guardar algo para las próximas oportunidades. Gracias por todo mamá.
Que del sol no me hablen,
yo su calor siento.
De la luna no lo intenten,
mi corazón su plata guarda.
De la felicidad no se atrevan,
en sus veredas ando.
Y del amor, del amor digo:
a ti mamá te tengo, a ti mamá ¡Te quiero!
Felicidades